Les ofrezco un extracto de la presentación de la sorprendente novela de mi querido amigo Juanjo Ruiz. Es una evidente incitación a todos los que no la han leído para que lo hagan, pues les garantizo unos ratos del todo entretenidos, entrañables e ilustradores de un momento histórico excepcional de nuestro país.
"...Porque como es de rigor, no voy a contarles, la consecución argumental de la novela, que sería desvelar buena parte de la magia que hace atractiva una historia bien contada, sí me gustaría adelantar unos párrafos de D. Benito Pérez Galdós, a la sazón puede que instigador de algo más que de un influjo de estilo en esta novela, y que puede adelantarnos el prodigio y excelencias del ejercicio narrativo en su conexión extraordinaria con el lector atento, y que se manifiesta como una peculiar revelación de su realidad singularísima; decía: Parece que en mi cerebro entra de improviso una gran luz que ilumina y da forma a mil ignorados prodigios, como la antorcha del viajero que, esclareciendo la oscura cueva, da a conocer las maravillas de la Geología tan de repente, que parece que las crea. Así se ofrece la palabra literaria, pues se diría crear una realidad no marginal a la que vivimos palpablemente.
Debo, no obstante, hacer las admoniciones y avisos pertinentes a vosotros, atentos espectadores de este evento, de que mis humildes juicios al respecto son, fundamentalmente, no los de un narrador experto, sino los de un modesto poeta. Así pues, considero por dignidad y honor a mis sencillas e insignificantes habilidades, que no son precisamente las de un crítico versado, que debo presentarme en la parva, pobre realidad que representan.
Nunca ha visto la luz una obra mía en prosa que no haya sido estudio o ensayo científico o literario, por supuesto al margen de toda la producción poética que caracteriza, con toda humildad, mi ya dilatado ser y devenir manifiesto en mi entusiasta carrera poética. Sin embargo, les aviso, soy ávido lector de casi todo lo que tenga dignidad e interés suficiente para ser asumido intelectualmente y, cómo no, estéticamente delectado. Quiero decir que, en cualquier caso, mi formación humana, científica y académica no me hacen ajeno al placer de la simpar fruición de una buena historia no menos bien trabada, conducida y relatada.
Así las cosas, les diré que no haré especial énfasis o dilatado detenimiento en relación a las potenciales o claras influencias literarias y narrativas de nuestro estimado novelista, como digo, unas por evidentes (clásicas, por Benito Pérez Galdós, contemporáneas, por Arturo Pérez Reverte), no en balde a ambos los introduce literal y juguetonamente casi al final de la novela; también hay otras fuentes potenciales de influencia no menos dignas de ser reseñadas con más detenimiento (puede ser el caso de escritores netamente noventayochistas: con Pío Baroja, Unamuno, Valle-Inclán o Ángel Ganivet a la cabeza, o netamente áureos como el mismo Miguel de Cervantes o el más cáustico narrador visto, disfrutado y entendido en D. Francisco de Quevedo; pero insisto en que centraré mi intervención en menesteres intrínsecos, es decir, escuetamente narratológicos de la obra que nos ocupa.
Me parece evidente, decía, cuando una historia es buena y está bien contada, y este es sin duda el caso que nos ocupa, que El legado del escorpión no deja de ser una narración, por muy diversos motivos, harto sorprendente. Destacaría alguno de ellos en este particular menudeo que les ofrezco a vuela pluma y con cierto desorden ahora. Adelantaba que era su primera y, me parece que por el momento única obra publicada ¿acaso también escrita? Responderá después a esta interrogante nuestro estimado autor. De cualquier forma, las condiciones personales de nuestro narrador, Juan José Ruíz (no es un profesional de la literatura, de hecho su actividad laboral poco o nada tiene que ver con ella), hacen aún si cabe más extraordinario el esfuerzo de su labor y la contemplación del resultado en estas páginas trepidantes de acción y sabia conducción literaria. Es en verdad inaudito encontrar una capacidad narrativa de tal calibre en un novelista (aparentemente) novel, pero así lo atestigua su carrera literaria, apenas en ciernes, y es que en verdad estamos ante su primera novela publicada, e insisto, quizá la primera escrita.
Quiero poner énfasis especial, ya desde el inicio, en la manera extraordinariamente grácil, frugal me atrevería a decir, en la que se desarrolla la acción narrativa de El legado del escorpión. La cadena de acontecimientos, en su perfecta coherencia, y aun rigiendo las leyes de la sucesividad y causalidad sin excesivos sobresaltos, habrá de reflejar una estructura impecablemente construida y excepcionalmente refleja en la historia que, con tanta agilidad y maestría, nos cuenta. La acción narrativa y sus respectivos actantes se verá dinámica y ágilmente expresa en la sucesión tanto de los entrañables (o detestables) personajes de la novela (empezando por el protagonista: Juan Ruíz de Medinaceli, y siguiendo, entre otros, por el capitán Churruca, y desde luego Ritchmon, Cayetano Valdés, Wilson o Lombardi que, con nuestro protagonista conformarían los emblemáticos cinco del puente).
Otro elemento muy destacable es el alcance del que es capaz nuestro relato en manos de nuestro novelista en tanto en cuanto que, la distancia temporal (lo que se reconoce como la anacronía perceptible en la acción narrativa), tanto en las analepsis (saltos en el tiempo hacia el pasado)– no demasiadas- y las prolepsis (saltos o referencias hacia el futuro) exiguas en su cantidad y aún más en su relato, guardan un notable equilibrio, por el que se mantiene aquella ya proverbial agilidad de narración que les comentaba desde el principio, y que en realidad no harán sino fortalecer el relato primario, cuya relación cronológica queda todavía más y mejor fortalecida.
Nos parece además extremadamente hábil el planteamiento autodiegético (autobiográfico, decimos) que hace el autor protagonista de la obra nuestro singular emisor empírico de la novela; así lo manifiesta aquel autor implícito de la narración (decíamos, Juan Ruíz de Medinaceli, acaso alter ego del verdadero autor de la novela, nuestro querido amigo Juan José Ruíz) que ofrece una estrategia excepcional y extraordinariamente útil para, no sólo una interpretación recta de la historia, también sumamente entretenida e incitadora para la continuación de la lectura del relato en todas sus seductoras consecuencias narrativas.
La causalidad y equilibrio interpretativo en modo alguno se ven negativamente afectadas en tanto que las relaciones de causa y efecto mantienen equidad lógica y exegética, lo cual facilitará enormemente la lectura y entendimiento de lo que acontece en todo momento en el diligente relato. Así las cosas, nos parece a nosotros, que el código de lectura está plenamente garantizado para su idónea comprensión y desembarazado seguimiento, he aquí que, por todo esto y otras cosas que añadiremos, su competencia narrativa nos parece del todo impecable.
El establecimiento especial de los cronotopos (correlación espacial y temporal de la obra) se manifiesta tan ligero, tan expedito en su movimiento que se diría introducirnos en una suerte de vía conductista de observación de los individuos que viven en la novela, lo que nos acerca a un modo cinematográfico de contar que, creemos, se atendría perfectamente a la plasmacionóptima propia del séptimo arte.
En modo alguno podemos olvidar el dialogismo peculiar de la novela en tanto que los discursos que en ella aparecen, en sus heterofonías (múltiples voces que pueblan el relato) y sus heterologías (alternancia de discursos y sus variantes lingüísticas individuales) darán crédito excepcional y dignidad de vida a cada uno de sus protagonistas.
Estimamos que la dispositio y elocutio (es decir, el orden y disposición de ideas, y la búsqueda de palabras y expresiones lingüísticas) guardan la mesura y claridad necesarias para que el ritmo narrativo se mantenga igualmente equilibrado y diáfano en su discurso. El estilo directo ofrecido en momentos de mayor interés, establece que estos verba dicendi, se manifiesten como elementos textuales característicos y de alto valor narrativo, en tanto que se vierten como un resuelto y ágil instrumento de seducción lectora.
La estrategia narrativa pues, en sus procedimientos y recursos se articula para una observación y asunción pronta y diligente que facilite la comprensión de las relaciones entre el narrador, la historia narrada y los potenciales destinatarios de la misma; es así que, la estructura de El legado del escorpión, muestra una coherente red de relaciones en el complejo conjunto que la conforma, si es que en verdad resulta de la transformación de la historia, y cuyo discurso genuino se ofrece en nuestra novela mediante una modalización, temporalización y espacialización igualmente coherentes. Así pues, la ficción, a pesar de situarse en un ámbito y tiempo concretos del tiempo histórico, queda del todo garantizada.
Es altamente significativo, así lo verán cuando se acerquen a nuestra novela, el in media res con el que comienza nuestra historia (quiero decir, el punto medio en el que en realidad comienza la novela) el cual optimizará, recuerden lo anteriormente dicho, las diferentes retrospecciones o prolepsis en el tiempo llevadas a cabo por el protagonista de la historia.
La omnisciencia selectiva (reflectora, que diría Henri James), no obstante, corre por cauces no menos singulares, en tanto que la modalización llevada a cabo por la voz del narrador, esto es por Juan Ruíz de Medinaceli, aunque cuenta sólo aquellos aspectos de la historia perceptibles desde la perspectiva de este personaje, resulta en muchos casos especialmente entrañable en su resultado, y no deja, sin embargo, de ofrecernos una visión objetivo temporal que nos sitúa en el tiempo histórico con garantías de objetividad. Así, las peripecias del personaje (y de los personajes que integran el relato) no resultan extraños, divergentes o inverosímiles en el entorno real histórico en el que acontecen.
Consideramos que esta narración participa de un vitalismo realista (que no durativo y mimético) manifiesto en la calidad humana de cada uno de los personajes protagonistas que vierten sus sensaciones, pensamientos y emociones en plena conexión con el receptor (empírico –lector-) de la obra, comunicando, conectando mejor, emotivamente con dicho receptor y estableciendo los nexos precisos para la completa identificación con los personajes que la integran, dando una mayor verosimilitud (o verdad poética, que dijo Aristóteles) a la trama narrativa que, claramente, garantiza el necesario pacto narrativo con el lector interesado.
Finalmente, el desenlace de la obra, tan impactante como el inicio de la misma, resuelve su acontecimiento después de las aventuras, intrigas, etc… con una indubitable estabilidad en la situación final de los acontecimientos relatados, aunque, no obstante, y esto es una personal apreciación de quien les habla, queda una sensación de no resolución total, y en cuyo suspense, tal vez, se da pie a una posible parte segunda de la obra. Eso, en fin, será el autor quien acabe aclarándonoslo, si le place después, pero me limito a dar noticia de una apreciación mía, personal, que no del todo me parece descabellada, y todo, como les digo, deducido en virtud de la manera de culminar este entretenido y sugestivo libro de El legado del escorpión.
Como les decía, soy fundamentalmente poeta, y no puedo menos que despedirme sino con un recuerdo hacia el legado poético que siempre ha inspirado mi curiosidad crítico-literaria, para lo cual, y tal como lo hace nuestro entrañable autor Juan José Ruíz, me situaré aledaños del tiempo histórico novelado de su obra, finales del XVIII y principios del XIX, y con un personaje singular, melancólico, afrancesado (de hecho exiliado en Francia en 1808), caballero nada menos que de la Real Orden de España, pero sobre todo excelso poeta, y acaso injustamente olvidado en nuestros días, me refiero a Juan Meléndez Valdés, amigo de Cadalso y Jovellanos, que acaso hubiera encontrado nuestro autor motivo de interesante encuentro y posterior diálogo y debate (político, ideológico y artístico) con el héroe de las aventuras de esta novela, a pesar de ser antagonista de nuestro capitán Juan Ruíz de Medinaceli. Pero yo quisiera, en fin, advertirles de lo que en definitiva a todos nos hace comunes (y desde luego también) distintos, y que tiene que ver con aquello no sujeto al trajín transitorio ideológico, sino con las cosas eternas que nos atañen inevitablemente a todos de igual manera, como el amor, que muy bien puede ser uno de los ejes vertebradores del relato que nos ocupa y que en esta novela tiene un grado de excepcional preponderancia (si, por ejemplo, la amistad no es sino una de las más sublimes de sus manifestaciones) ejes estructuradores, digo, de cualquier ficción, cuando no de la vida íntima y también social y no menos genuina de los hombres..."