La Guerra de la Oreja de Jenkin

La llamada Guerra de la Oreja de Jenkins o Guerra del Asiento fue un conflicto bélico que duró de 1739 a 1748, en el que se enfrentaron las flotas y tropas coloniales de Gran Bretaña y España (a la que auxilió Francia enviando una flota de guerra) destacadas en el área del Caribe



Guerra de la oreja de Jenkins.png
Mapa de las operaciones inglesas en el Mar Caribe durante la Guerra de la Oreja de Jenkins.
Fecha 17391748
Lugar Principalmente en el mar Caribe, Florida y Georgia.
Resultado Victoria española. Tratado de Aquisgrán. Statu quo ante bellum.
Beligerantes
Bandera del Reino Unido Gran Bretaña Bandera de España España
Comandantes
Bandera del Reino Unido Edward Vernon
Bandera del Reino Unido James E. Oglethorpe
Bandera del Reino Unido George Anson
Bandera del Reino Unido Charles Knowles
Bandera de España Blas de Lezo
Bandera de España Manuel de Montiano
Bandera de España Andrés Reggio
 Por el volumen de los medios utilizados por ambas partes, por la enormidad del escenario geográfico en el que se desarrolló, y por la magnitud de los planes estratégicos de España e Inglaterra, la Guerra del Asiento puede considerarse como una verdadera guerra moderna.1
A partir de 1742 la contienda se transformó en un episodio de la Guerra de Sucesión Austriaca, cuyo resultado en el teatro americano finalizaría con la derrota inglesa y el retorno al statu quo previo a la guerra. La acción más significativa de la guerra fue el Sitio de Cartagena de Indias de 1741, en el que fue derrotada una flota británica de 186 naves y casi 27.000 hombres a manos de una guarnición española compuesta por unos 3.500 hombres y 6 navíos de línea. La Historia no volvería a ver una batalla anfibia de tal magnitud hasta el Desembarco de Normandía, más de dos siglos después.
Durante la contienda, dada la enorme superioridad numérica y de medios de Inglaterra sobre España, resultó decisiva la extraordinaria eficacia de los servicios de inteligencia españoles, que consiguieron infiltrar agentes en la Corte londinense y en el cuartel general del Almirante Vernon. El plan general inglés así como el proyecto táctico de la toma de Cartagena de Indias fueron conocidos de antemano por la Corte española y por los mandos virreinales con tiempo suficiente para reaccionar y adelantarse a los británicos.2
El curioso nombre con el que es conocido este episodio, en la historiografía inglesa, se debe al apresamiento por un buque español de un navío contrabandista inglés, capitaneado por el pirata inglés Robert Jenkins, en 1731. Según el testimonio de Jenkins, que compareció en la Cámara de los Comunes en 1738, como parte de una campaña belicista por parte de la oposición parlamentaria en contra del primer ministro Walpole, el capitán español, Julio León Fandiño, que apresó la nave, le cortó una oreja a Jenkins al tiempo que le decía (según el testimonio del inglés) «Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve». En su comparecencia, Jenkins denunció el caso con la Oreja en la mano, y Walpole se vio obligado a regañadientes a declarar la guerra a España el 23 de octubre de 1739.

 Causas

La conclusión de la Guerra de Sucesión Española, con el tratado de Utrecht no había supuesto únicamente el desmembramiento del patrimonio de la monarquía hispánica en Europa. Inglaterra, ya Gran Bretaña, aparte de haber evitado la creación de una potencia hegemónica en el continente europeo (con la combinación de las monarquías borbónicas de Francia y España, junto con las posesiones de la última en el continente), había conseguido amplias concesiones comerciales en el imperio español en América. Así, aparte de la posesión de Gibraltar y Menorca (territorios reclamados porfiadamente por España durante todo el siglo XVIII), Gran Bretaña había obtenido el denominado «asiento de negros» (posibilidad de vender esclavos negros en la América hispana) durante treinta años y la concesión del «navío de permiso» (que permitía el comercio directo de Gran Bretaña con la América española por el volumen de mercancías que pudiese transportar un barco de 500 toneladas de capacidad), rompiendo así el monopolio para el comercio con la América española, restringido con anterioridad por la Corona a comerciantes provenientes de la España metropolitana. Ambos acuerdos comerciales estaban en manos de la Compañía de los Mares del Sur.


Sin embargo, el comercio directo de Gran Bretaña con la América española sería una fuente constante de roces entre ambas monarquías. Aparte de ello, existían otros motivos de conflicto: problemas fronterizos en América del Norte entre Florida (española) y Georgia (británica), quejas españolas por el establecimiento ilegal de cortadores de palo británicos en las costas del Caribe, reclamación constante de retrocesión de Gibraltar y Menorca por parte de España, el deseo británico de dominar los mares, algo difícil de conseguir ante la recuperación de la marina española y la rivalidad consiguiente entre Gran Bretaña y España, lo que ya había ocasionado previamente una corta guerra entre ambos países en 1719 en la que llegó a darse un fallido intento español de invadir Inglaterra.
Sin embargo, en el terreno comercial era donde los roces produjeron un incesante crecimiento de la tensión. España mantenía el monopolio comercial con sus colonias en América, con la única salvedad de las concesiones hechas a Gran Bretaña, relativas al navío de permiso y el comercio de esclavos.
Bajo las condiciones del Tratado de Sevilla (1729), los británicos habían acordado no comerciar con las colonias de la América española (aparte del navío de permiso), para lo cual acordaron permitir, a fin de verificar el cumplimiento del tratado, que navíos españoles interceptaran a los navíos británicos en aguas españolas para verificar su carga, lo que se conoció como «derecho de visita».
Sin embargo, las dificultades de abastecimiento de la América española propiciaron el surgimiento de un intenso comercio de contrabando en manos de holandeses y, fundamentalmente, británicos. Ante tales hechos, la vigilancia española se incrementó, al tiempo que se fortificaban los puertos y se mejoraba el sistema de convoyes que servía de protección a la valiosa flota del tesoro que llegaba de América. De acuerdo con el «derecho de visita», los navíos españoles podrían interceptar cualquier barco británico y confiscar sus mercancías, ya que, a excepción del navío de permiso, todas las mercancías con destino a la América española eran, por definición, contrabando. De esta forma, no sólo navíos reales, sino otros navíos españoles en manos privadas, con concesión de la corona y conocidos como guarda costas, podían abordar los navíos británicos y confiscar sus mercancías. Tales actividades eran, sin embargo, calificadas de piratería por el gobierno de Londres.
Robert Walpole, Primer Ministro británico cuando se declaró la guerra.


Aparte del contrabando, seguía habiendo barcos británicos dedicados a la piratería. Buena parte del continuo hostigamiento de la Flota de Indias recaía sobre la tradicional acción de corsarios ingleses en el Mar Caribe, que se remontaba a los tiempos de Francis Drake. Las cifras de barcos capturados por ambos bandos difieren enormemente y son por tanto muy difíciles de determinar: hasta septiembre de 1741 los ingleses hablan de 231 buques españoles capturados frente a 331 barcos británicos abordados por los españoles; según éstos, las cifras respectivas serían de sólo 25 frente a 186. En cualquier caso, es de notar que para entonces los abordajes españoles con éxito seguían siendo más frecuentes que los británicos.
Entre 1727 y 1732, transcurrió un periodo especialmente tenso en las relaciones bilaterales, al que siguió un periodo de distensión entre 1732 y 1737, gracias a los esfuerzos en tal sentido del primer ministro británico —whig—, sir Robert Walpole y del Ministerio de Marina español, a lo que se unió la colaboración entre ambos países en la Guerra de Sucesión de Polonia. No obstante, los problemas siguieron sin resolverse, con el consiguiente incremento de la irritación en la opinión pública británica (en la primera mitad del siglo XVIII empieza a consolidarse el sistema parlamentario británico, con la aparición de los primeros periódicos). La oposición a Walpole (no solo tories, sino también un número significativo de whigs descontentos) aprovechó este hecho para acosar a Walpole (conocedor del balance de fuerzas y, por lo tanto, contrario a la guerra con España), comenzando una campaña a favor de la guerra. En este contexto se produjo la comparecencia de Robert Jenkins ante la Cámara de los Comunes en 1738, un contrabandista británico cuyo barco, el Rebecca, había sido apresado en abril de 1731 por un guarda costas español, confiscándose su carga. Según el testimonio de Jenkins, el capitán español, Julio León Fandiño, que apresó la nave, le cortó una oreja al tiempo que le decía: «Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve». En su comparecencia ante la cámara, Jenkins apoyó su testimonio mostrando la oreja amputada.
La oposición parlamentaria y posteriormente la opinión pública sancionaron los incidentes como una ofensa al honor nacional y claro casus belli. Incapaz de hacer frente a la presión general, Walpole cedió, aprobando el envío de tropas a América y de una escuadra a Gibraltar al mando del almirante Haddock, lo que causó una reacción inmediata por parte española. Walpole trató entonces de llegar a un entendimiento con España en el último momento, algo que se consiguió momentáneamente con la firma del Convenio de El Pardo (14 de enero de 1739), por el que ambas naciones se comprometían a evitar la guerra y a pagarse compensaciones mutuas, además de acordarse un nuevo tratado futuro que ayudase a resolver otras diferencias acerca de los límites territoriales en América y los derechos comerciales de ambos países.
Sin embargo, el Convenio fue rechazado poco después en el parlamento británico, contando también con la decidida oposición de la Compañía de los Mares del Sur. Estando así las cosas, el rey Felipe V exigió el pago de las compensaciones acordadas por parte británica antes de hacerlo España.
En ambos lados las posiciones se endurecieron, incrementándose las preparativos para la guerra. Finalmente, Walpole cedió a las presiones parlamentarias y de la calle, aprobando el inicio de la guerra. Al mismo tiempo, el embajador británico en España solicitó la anulación del «derecho de visita». Lejos de plegarse a la presión británica, Felipe V suprimió el «derecho de asiento» y el «navío de permiso», y retuvo todos los barcos británicos que se encontraban en puertos españoles, tanto en la metrópoli como en las colonias americanas. Ante tales hechos, el gobierno británico retiró a su embajador de Madrid (14 de agosto) y declaró formalmente la guerra a España (19 de octubre de 1739).

La guerra

Sátira británica de 1738 en la que aparece el león inglés atacando un arado tirado por esclavos que representa el sistema colonial español. Al fondo se puede ver a Fandiño cortándole la oreja a Jenkins y a un barco británico en plena batalla con uno español.

Primer ataque a La Guaira (22 de octubre de 1739)

Tras arribar Vernon a la isla de Antigua a principios de octubre de 1739, envió tres navíos bajo mándo del capitán Thomas Waterhouse a interceptar las naves mercantes españolas que hacían la ruta entre La Guaira y Portobelo. Tras divisar Waterhouse varias naves mercantes de pequeño porte en el puerto de La Guaira, decidió atacar poniendo en práctica un plan muy rudimentario. Éste consistía simplemente en arriar la bandera inglesa de sus barcos e izar la bandera española, para entrar tranquilamente en el puerto y una vez en él tomar las naves mercantes y asaltar el fuerte. El gobernador de la zona, el brigadier don Gabriel José de Zuloaga había preparado las defensas del puerto de forma muy diligente, y las tropas españolas estaban bien comandadas por el capitán don Francisco Saucedo. Así, el 22 de octubre, Waterhouse entró en el puerto de La Guaira enarbolando sus navíos la bandera española. Los artilleros del puerto esperaron a que la flota inglesa estuviese a tiro, y llegado el momento abrieron fuego simultáneamente sobre los ingleses. Tras tres horas de intenso cañoneo, Waterhouse ordenó la retirada de sus maltrechos barcos, que hubieron de recalar en Jamaica para acometer reparaciones de urgencia. Como justificación de su derrota ante Vernon, Waterhouse alegó que la captura de unas pequeñas embarcaciones no hubiesen justificado la pérdida de sus hombres.

Primer ataque a Puerto Bello (20-21 de noviembre de 1739)

Artículo principal: Destrucción de Portobelo
La segunda acción fue protagonizada por el almirante Edward Vernon, quien al mando de seis naves capturó y destruyó Puerto Bello (actual Portobelo, en Panamá), un centro de exportación de plata en el Virreinato de Nueva Granada en noviembre de 1739. En esta ocasión, el descuidado gobernador de la plaza, Francisco Javier de la Vega Retez no había actuado conforme a la situación de guerra inminente, siendo la defensa muy deficiente. Vernon ordenó respetar las haciendas de los civiles, en previsión de una buena relación con la población cuando Inglaterra sustituyese a España como poder regional. A pesar de que el botín conseguido tan sólo ascendía a unos 10.000 pesos destinados a la paga de la guarnición española, el éxito fue enormemente magnificado por la naciente prensa inglesa, la cual publicó toda clase de sátiras sobre las fuerzas españolas al tiempo que lanzaba vítores a Vernon. Durante una cena en honor a éste a la que asistió el rey Jorge II de Inglaterra, en 1740, se presentó un nuevo himno creado para conmemorar la victoria, que no es otro que el actual himno nacional británico God Save the King. Un vestigio de estas celebraciones puede aún encontrarse en el mapa de la ciudad de Londres: la conocida calle de Portobello Road, aunque urbanizada en la segunda mitad del siglo XIX, deriva su nombre de una granja situada anteriormente en el lugar, y denominada Portobello Farm en conmemoración de esta batalla.

[editar] Primer ataque a Cartagena de Indias (13-20 de marzo de 1740)

Tras el éxito de Portobelo, Vernon decidió probar suerte con Cartagena de Indias, considerada tanto por él como por el gobernador de Jamaica Edward Trelawny un objetivo prioritario. Desde su llegada al Caribe, los ingleses habían intentado por todos los medios conocer el estado de las defensas de Cartagena sin conseguirlo. Incluso en octubre de 1739 Vernon había enviado a su primer Teniente Percival junto con dos españoles a bordo del buque Fraternity, con la excusa de hacer entregar una carta a don Blas de Lezo y otra al que en aquel momento era el gobernador de Cartagena, don Pedro Hidalgo. Percival aprovecharía para hacer un estudio pormenorizado de las defensas españolas, pero esto no fue posible porque como era previsible, Hidalgo prohibió la entrada del Fraternity en el puerto. Así pues, de nuevo con el objetivo de tantear las defensas españolas de aquella plaza, el 7 de marzo de 1740 Vernon partió de Port Royal al mando de dos brulotes, tres bombardas y un paquebote, llegando a aguas de Cartagena el 13 de marzo. Inmediatamente desembarcaron varios hombres con el objetivo de estudiar desde tierra la disposición de los fuertes, y el grueso de la flota fondeó en Playa Grande, al oeste de Cartagena. Tras no observarse ninguna reacción por parte de los españoles, el día 18 Vernon ordenó a sus tres bombardas abrir fuego sobre la ciudad, con la intención de provocar una respuesta que le permitiese hacerse una idea de la capacidad defensiva de los españoles. Pero Lezo conocía las motivaciones de Vernon, y dicha respuesta no llegó a producirse. El veterano marino español simplemente ordenó desmontar algunas baterías de sus barcos para formar baterías en tierra con las que cubrirlos. Los ingleses llevaron a cabo un intento de desembarco de unos 400 soldados que fue rechazado sin problemas por la guarnición española. Tras tres días de bombardeo inglés, en los que 350 bombas destruyeron parcialmente la catedral, el colegio de los jesuitas y varios edificios civiles, Vernon asumió la situación de punto muerto en la que se encontraba y ordenó la retirada el día 21, dejando a los navíos Windsord Castle y Greenwich en las proximidades con la misión de interceptar cualquier nave española que se aproximase. En opinión de Vernon, la misión había sido un éxito.

 Destrucción de la fortaleza de San Lorenzo el Real del Chagres (22-24 de marzo de 1740)

Tras la destrucción de Portobelo en noviembre del año anterior, Vernon se dispuso a eliminar el último bastión español en la zona, atacando la fortaleza de San Lorenzo el Real del Chagres, situada a orillas del río Chagres y en las proximidades de Portobelo. Esta fortaleza era base de barcos guardacostas españoles, y estaba defendida por tan sólo cuatro cañones y una treintena de soldados al mando del capitán de infantería don Juan Carlos Gutiérrez Cevallos.
A las 3 de la tarde del 22 de marzo de 1740, una escuadra inglesa compuesta por los navíos Strafford, Norwich, Falmouth y Princess Louisa, la fragata Diamond, las bombardas Alderney, Terrible y Cumberland, los brulotes Success y Eleanor, y los transportes Goodly y Pompey, bajo mando del propio Vernon, comenzaba a cañonear la fortaleza española. Ante la abrumadora superioridad de las fuerzas inglesas, el capitán Cevallos rindió el castillo el 24 de marzo, tras resistir dos días.
Siguiendo la estrategia aplicada en Portobelo, los británicos destruyeron entonces el castillo, y se apoderaron de su artillería y de dos balandras guardacostas españolas, para partir después hacia el punto de reunión de las fuerzas inglesas en el propio Portobelo.
Mientras los ingleses mantenían sus fuerzas repartidas en el Caribe entre Portobelo y Cartagena, se producía en España un hecho que tendría un valor determinante con posterioridad: partían del puerto gallego de Ferrol los navíos Galicia y San Carlos transportando al Teniente General de los Reales Ejércitos don Sebastián de Eslava y Lazaga que sustituiría a don Pedro Hidalgo como gobernador de Cartagena de Indias. Tras tener Vernon noticia de esto, envió inmediatamente a cuatro navíos de su flota a interceptar los buques españoles, consiguiendo éstos finalmente burlar la vigilancia inglesa y entrar en el puerto de Cartagena el 21 de abril de 1740, desembarcando allí al nuevo gobernador y a varias centenas de valiosísimos soldados veteranos.3

Segundo ataque a Cartagena de Indias (3 de mayo de 1740)

Tras el tanteo al que habían sido sometidas las defensas de Cartagena por parte de las fuerzas británicas en el mes de marzo, Vernon decidió regresar al mando de 13 buques de guerra y una bombarda con intención de tomar la plaza. Para sorpresa del almirante inglés, esta vez Lezo decidió desplegar los 6 navíos de línea con los que contaba de modo tal que la flota inglesa quedó atrapada entre un campo de tiros cortos y tiros largos. Ante la posición enormemente desventajosa en la que se vieron los ingleses, Vernon ordenó la retirada no sin antes haber arrojado unas 300 bombas sobre la ciudad. Vernon, una vez más sostuvo que el ataque inglés no era más que una maniobra de tanteo, si bien la consecuencia principal de su acción fue poner sobre aviso a los españoles.4

[editar] Tercer ataque a Cartagena de Indias (13 de marzo-20 de mayo de 1741)

Artículo principal: Sitio de Cartagena de Indias
Fortaleza de San Felipe de Barajas en Cartagena de Indias. Una enorme flota británica mandada por el Almirante Vernon fue derrotada en 1741 por las fuerzas españolas de Blas de Lezo que defendían este fuerte.
La extrema facilidad con que los ingleses destruyeron Puerto Bello (que no recuperaría su importancia portuaria hasta la construcción del Canal de Panamá) condujo a un cambio en los planes británicos. En lugar de concentrar su siguiente ataque sobre La Habana con la intención de conquistar Cuba, como se había previsto, Vernon partiría otra vez hacia Nueva Granada para atacar Cartagena de Indias, puerto principal del Virreinato y punto de partida principal de la Flota de Indias hacia la Península Ibérica. Los británicos reunieron entonces en Jamaica la mayor flota vista hasta entonces, compuesta por 186 naves (60 más que la famosa Gran Armada de Felipe II) a bordo de las cuales iban 2.620 piezas de artillería y más de 27.000 hombres, entre los que se incluían 10.000 soldados británicos encargados de iniciar el asalto, 12.600 marineros, 1.000 macheteros esclavos de Jamaica y 4.000 reclutas de Virginia dirigidos por Lawrence Washington, hermanastro del que sería padre de la independencia de Estados Unidos.
La difícil tarea de defender la plaza corrió a cargo del veterano marino vasco Blas de Lezo, curtido en numerosas batallas navales de la Guerra de Sucesión Española en Europa y varios enfrentamientos con los piratas en el Mar Caribe y Argelia. Apenas contaba con la ayuda de Melchor de Navarrete y Carlos Desnaux, una flotilla de seis naves (la nao capitana Galicia más los buques San Felipe, San Carlos, África, Dragón y Conquistador) y una fuerza de 3.000 hombres entre soldados y milicia urbana a la que se unieron 600 arqueros indios del interior.
Grabado publicado en la prensa británica en 1738, en el que se llama a la guerra contra España. Los prisioneros representados son británicos y los carceleros españoles. Al fondo, la flota británica avanza siguiendo a los fantasmas de Thomas Cavendish, Walter Raleigh y Robert Blake con el fin de consumar la venganza.
Vernon ordenó bloquear el puerto el 13 de marzo de 1741, al tiempo que desembarcaba un contingente de tropas y artillería destinado a tomar el Fuerte de San Luis de Bocachica a pocos metros de donde hoy se encuentra el Fuerte de San Fernando de Bocachica, contra el que abrieron fuego de forma simultánea las naves británicas a razón de 62 cañonazos por hora. Lezo dirigió cuatro de las naves en ayuda de los 500 soldados que defendían la posición con Desnaux a la cabeza, pero los españoles hubieron de retirarse finalmente hacia la ciudad, que ya estaba comenzando a ser evacuada por la población civil. Tras abandonar también el castillo de Bocagrande, los españoles se reunieron en la castillo San Felipe de Barajas mientras los virginianos de Washington se desplegaban en la cercana colina de La Popa para tomar posiciones. Fue entonces cuando Edward Vernon cometió el error de dar la victoria por conseguida y mandó un correo a Jamaica comunicando que había conseguido tomar la ciudad. El informe se reenvió más tarde a Londres, donde las celebraciones alcanzaron cotas aún mayores que las realizadas por Portobelo, llegando a acuñarse medallas conmemorativas en las que aparecía Blas de Lezo arrodillándose ante Vernon ([1]
 
). Por aquel entonces Lezo era tuerto, cojo y tenía una mano impedida debido a diferentes heridas sufridas años atrás (era conocido como Mediohombre), pero ninguna de estas taras se reflejó en las medallas con el fin de que no se tuviese la idea de haber derrotado a un enemigo débil. Pero para desgracia de Vernon, lo que estaba por llegar no era la tan esperada victoria británica. La noche del 19 de abril se produjo un asalto a San Felipe que se juzgaba definitivo, llevado a cargo por tres columnas de granaderos apoyados por los jamaicanos y varias compañías británicas, convenientemente ayudados por la oscuridad y el constante bombardeo procedente de los buques. Al llegar se encontraron con que Blas de Lezo había hecho excavar fosos al pie de las murallas por lo que las escalas eran demasiado cortas, de tal manera que no podían atacar ni huir debido al peso del equipo. Aprovechando esto, los españoles abrieron fuego contra los británicos, produciéndose una carnicería sin precedentes. Al amanecer, los defensores abandonaron sus posiciones y cargaron contra los asaltantes a la bayoneta, masacrando a la mayoría y haciendo huir a los que quedaban hacia los barcos. A pesar de los constantes bombardeos y el hundimiento de la pequeña flota española (la mayoría por el propio Lezo, para bloquear la bocana del puerto), los defensores se las ingeniaron para impedir desembarcar al resto de las tropas inglesas, que se vieron obligadas a permanecer en los barcos durante un mes más sin provisiones suficientes. El 9 de mayo, con la infantería prácticamente destruida por el hambre, las enfermedades y los combates, Vernon se vio obligado a levantar el asedio y volver a Jamaica. Seis mil británicos murieron frente a menos de mil muertos españoles, dejando algunos barcos ingleses tan vacíos que fue preciso hundirlos por falta de marinería. La mayor operación de la Royal Navy hasta el momento se saldaba también como la mayor derrota de su historia.


Vernon trató de paliar este gran fracaso atacando a los españoles en la bahía de Guantánamo en Cuba y luego, el 5 de marzo de 1742 y con la ayuda de refuerzos llegados desde Europa, en Panamá. Allí esperaba repetir el éxito de Portobelo y fue precisamente a este lugar adonde se dirigió. Sin embargo, los españoles abandonaron la plaza (que seguía destruida) y se replegaron hacia la ciudad de Panamá, desbaratando el posterior intento británico de desembarcar y plantar batalla en tierra. Vernon se vio obligado finalmente a regresar a Inglaterra, donde comunicó que el triunfo del que había informado previamente no existía. Esto causó tal vergüenza a Jorge II que el propio rey prohibió escribir sobre el asunto a sus historiadores.

 Cuba

Como ya se dijo anteriormente, los británicos habían elegido Cuba (la mayor y más importante de las Antillas con diferencia) como una de sus metas iniciales, pero el plan de conquistarla se aparcó tras el éxito de Portobelo. Cuando la flota de Vernon fracasó al intentar tomar Cartagena de Indias y los británicos se dieron cuenta de que Nueva Granada no estaba tan mal defendida como inicialmente creían, decidieron retomar la empresa de Cuba. El plan inicial incluía la toma de Santiago, donde se establecería una base desde la que poder bloquear el Paso de los Vientos situado entre Cuba y La Española. El 1 de julio de 1741 la flota de Vernon dejó Jamaica y se dirigió contra Santiago de Cuba, pero la presencia de una gran guarnición en la ciudad impidió tomarla mediante un ataque directo. En su lugar, las naves se dirigieron hacia el este y el día 18 desembarcaron en la Bahía de Guantánamo 3.400 soldados dirigidos por el general George Wentworth. Entre ellos se encontraban los supervivientes del regimiento virginiano de Washington.
Una fragata española remolcando un buque británico capturado durante la Guerra de la Oreja de Jenkins. Pintura de 1770.


El nuevo plan establecía esta vez la construcción de una base al norte de la bahía, desde la que invadir Guantánamo y atacar más tarde Santiago. Si bien Wentworth llegó hasta las proximidades de Guantánamo con escasa resistencia, la empresa fracasó debido a que su ejército resultó gravemente afectado por las enfermedades tropicales. El 23 de julio Wentworth ya daba por fracasada la iniciativa, hecho que le valió una reprimenda por parte de Vernon. Las tropas se retiraron de la isla en noviembre, aunque la flota británica continuó bloqueando el puerto de Santiago hasta el mes siguiente. Posteriormente, el grueso de las naves regresó a la base jamaicana de Port Royal, mientras que unos pocos barcos se dirigieron al Paso de los Vientos para realizar actividades de corso, y otros fueron enviados a vigilar a la flota española de La Habana.
Cuba no volvería a tener un papel relevante en la guerra hasta 1748, año en que el contralmirante británico Charles Knowles dejó Jamaica con la intención de interceptar la Flota de Indias en su viaje desde Veracruz a La Habana. Tras rondar durante varios meses las costas de la isla, la escuadra de Knowles se enfrentó finalmente con la flota de La Habana mandada por el general Andrés Reggio el 1 de octubre en el canal de las Bahamas. Este enfrentamiento terminó sin un claro vencedor. Posteriormente, Knowles puso rumbo a La Habana, donde el 12 de octubre se topó casi por casualidad con una pequeña escuadra española de 6 barcos dirigida por Reggio y el también general Benito Spínola. A pesar de su superioridad, la flota británica sólo pudo hundir un barco y dañar lo suficiente otro como para obligar a su propia tripulación a incendiarlo. Las otras cuatro naves españolas regresaron a La Habana. Knowles, no obstante, consideró que no lo había hecho mal y mandó un informe a Londres diciendo que se disponía a capturar la Flota de Indias. Para su sorpresa, lo que recibió fue una reprimenda, ya que los gobiernos británico y español habían firmado la paz pocos días antes.
Mapa británico de 1741 en el que se representan América del Norte y las islas del Caribe, además de reflejarse el estado de guerra entre España y Gran Bretaña.

 Norteamérica

Los combates en el frente norteamericano tuvieron como centro Georgia, una joven colonia fundada por expresidiarios en 1733 que ya había conocido la guerra contra los españoles en 1735, y que se veía en el ojo del huracán por su proximidad a las posesiones españolas en Florida y las francesas en Luisiana. Con la idea de que un ataque preventivo sería la mejor defensa frente a una previsible invasión española, el gobernador James Edward Oglethorpe acordó la paz con los indios seminola con el fin de mantenerlos neutrales en el conflicto y ordenó la invasión de Florida en enero de 1740. El 31 de mayo los británicos asediaron la fortaleza de San Agustín, pero ésta resistió bien y los asaltantes se vieron obligados a levantar el sitio en julio debido a la llegada de refuerzos españoles procedentes de La Habana y retroceder hasta el otro lado de la frontera. Otros intentos británicos de penetrar en Florida fueron igualmente infructuosos.
El contraataque español, de escasa entidad debido a que la mayoría de las tropas estaban ocupadas en otros frentes, se produjo finalmente en julio de 1742. Con el fin de bloquear el paso entre la base británica de Savannah y Florida, el gobernador Manuel de Montiano dirigió una pequeña operación en la isla de Saint Simons, defendida por los fuertes Saint Simons y Frederica. Las tropas atacantes estaban formadas por soldados de San Agustín, granaderos de La Habana y milicianos negros del Fuerte Mosé, antiguos esclavos fugitivos de los británicos que habían sido acogidos y armados por los españoles para formar una peculiar fuerza fronteriza. En primer lugar, los españoles ocuparon el fuerte St. Simons con el fin de convertirlo en su base de operaciones, y luego avanzaron hacia el Frederica. Sin embargo, fueron sorprendidos en una emboscada por un conjunto de soldados ingleses, colonos escoceses de las Tierras Altas e indios yamacraw y debieron retroceder tras sufrir una docena de bajas. Durante el viaje de vuelta Montiano se dio cuenta de que algunos soldados habían quedado separados tras las líneas inglesas y planificó una expedición de rescate a través de un pantano. En medio de éste fueron emboscados de nuevo por una patrulla inglesa, pero tras unos pocos combates la pusieron en fuga hacia Frederica. Esto encolerizó a Oglethorpe, quien ordenó a los huidos que regresaran junto con parte de la guarnición del fuerte para atacar a los españoles. Sin embargo, para cuando llegaron a la marisma se encontraron con que los escoceses habían mantenido una nueva batalla contra los españoles, matando a siete de ellos y obligándoles a retirarse al acabárseles la munición. No obstante, la presencia española en Saint Simons representaba un peligro constante, así que Oglethorpe decidió eliminarlo por medio del engaño: comunicó a un prisionero español que estaban a punto de llegar grandes refuerzos desde Charlestown (lo cual era falso, pues sólo se habían podido enviar algunas naves menores) y acto seguido lo liberó. Éste regresó a Saint Simons y comunicó la falsa noticia a Montiano, quien optó por destruir el fuerte y volver a Florida.
Esta victoria fue también enormemente exagerada por los británicos, quienes aseguraron haber matado a 50 españoles en el pantano y bautizaron a éste como Bloody Marsh porque supuestamente se había teñido de rojo con la sangre de los muertos. La fecha se conmemora todavía hoy en Georgia como el día en que el estado «evitó ser español».
Mar de Filipinas y zonas circundantes.


 
Océano Atlántico
Si bien la inmensa mayoría de las acciones de la Guerra de la Oreja de Jenkins tuvieron lugar en América y el mar Caribe, también en el océano Atlántico se dieron enfrentamientos entre buques ingleses y españoles que se cruzaban en sus respectivas travesías entre el Viejo Continente y América. El caso más conocido fue la llamada carrera del Glorioso, una sucesión de cuatro batallas navales en las que un único navío de línea de la Armada Española, el Glorioso, de 70 cañones, y que transportaba 4 millones de pesos de plata, hizo frente sucesivamente a cuatro escuadras inglesas consiguiendo desembarcar su cargamento en España antes de ser finalmente capturado, tras haber agotado su munición.

La expedición de Anson al Pacífico

El 16 de septiembre de 1740, otra escuadra británica formada por 7 buques y dirigida por el comodoro George Anson, se dirigió hacia Sudamérica con la intención de bordear el cono sur y llegar al istmo de Panamá, donde atacarían por sorpresa las posiciones españolas partiendo en dos el territorio controlado por España y enlazando con las fuerzas de Vernon tras tomar éstas Cartagena. España había conseguido infiltrar agentes de inteligencia en la Corte londinense, por lo que conocidas las intenciones de Anson, inmediatamente se envió una flota de 5 buques a las órdenes de José Alfonso Pizarro con la misión de ganarles la latitud a los ingleses, impedirles cruzar el Estrecho de Magallanes y combatirlos en el Pacífico en caso de no conseguir cortarles el paso. Finalmente Pizarro logró adelantarse a Anson, forzándolo en el Cabo de Hornos a enfrentarse a las feroces borrascas australes pegado a la costa, circunstancia que acarreó la pérdida o inutilidad de 4 de los 7 barcos de la flota inglesa, quedando ésta totalmente incapacitada para la misión asignada. En junio de 1741 las tres naves restantes alcanzaron el archipiélago Juan Fernández; para entonces la tripulación se había visto reducida a un tercio de la original, debido principalmente a la acción de las enfermedades. Entre el 13 y el 14 de noviembre los británicos saquearon el pequeño puerto de Paita, en la costa de Perú. Finalmente, consiguieron llegar a Panamá pero Vernon ya había sido derrotado en Cartagena. Tras abandonar dos de sus buques e introducir a todos los marinos supervivientes en la nave insignia, el HMS Centurion, Anson puso rumbo a la isla de Tinian y luego a Macao con la intención de interceptar el galeón de Manila, encargado de llevar los ingresos procedentes del comercio con China a México. Sin embargo, al llegar al mar de China Meridional Anson se encontró con ataques inesperados por parte de los chinos. Para éstos, todo aquél barco que no llegase a la zona con intereses comerciales era considerado pirata y como tal debía ser apresado y hundido.
Anson no se dio por vencido y tras sortear las naves chinas durante un año logró apresar el galeón Nuestra Señora de Covadonga el 20 de junio de 1743, mientras navegaba en las cercanías de Filipinas. Las mercancías capturadas fueron revendidas a los chinos en Macao y Anson retornó entonces a Gran Bretaña tras bordear el Cabo de Buena Esperanza en 1744. Después de tantas calamidades sufridas, el comodoro se convirtió en un hombre rico gracias a las ganancias obtenidas por la captura del Covadonga.

Participación francesa

Debido a lo acordado en el Primer Pacto de Familia (1733), Francia se vio inmersa en la guerra en apoyo de España, por lo que el propio cardenal Fleury, valido de Luis XV, envió al Caribe una flota compuesta por 22 navíos de guerra bajo el mando del almirante Antoine-François d'Antin.
Sin embargo, la participación francesa no fue destacable debido a que se desató una epidemia sobre la flota mientras permanecía anclada en la colonia de Saint Domingue (Haití), a la espera de unirse a las naves españolas. A esto se unieron dificultades para abastecer a las tropas francesas desde la metrópoli, ya que al contrario que las colonias españolas, las posesiones francesas en América no podían garantizar un buen suministro de alimentos. Tras unas pocas acciones menores, Francia y Gran Bretaña acordaron una tregua entre 1741 y 1744, manteniendo así a Francia fuera de la Guerra de la Oreja de Jenkins.
Al reanudarse las hostilidades, los franceses lucharon contra los británicos en la India y Canadá como parte de la Guerra de Sucesión Austriaca, pero no hubo operaciones conjuntas con los españoles fuera de Europa. En general, la campaña americana fue mala para los franceses, que perdieron la fortaleza de Louisbourg, situada en la isla de Cape Breton (actual Nueva Escocia).

Consecuencias

Se podría decir que la guerra entró en punto muerto a partir de 1742 (si se exceptúan las acciones menores de Anson y Knowles) pero el estallido de la Guerra de Sucesión Austriaca en Europa, en la que España y Gran Bretaña tenían intereses enfrentados, provocó que no se firmara paz alguna hasta el Tratado de Aquisgrán de 1748. Éste puso fin a todas las hostilidades, retornando prácticamente todas las tierras conquistadas a quienes las gobernaban antes de la guerra con el fin de garantizar el retorno al statu quo anterior.
En el caso de la América española, la acción del tratado fue prácticamente inexistente, ya que al final de la contienda ningún territorio (con la excepción de Louisbourg, que retornó a manos francesas) permanecía bajo otra ocupación que no fuera la original. España renovó tanto el derecho de asiento como el navío de permiso con los británicos, cuyo servicio se había interrumpido durante la guerra. Sin embargo, esta restitución duraría apenas dos años, ya que por el Tratado de Madrid (1750), Gran Bretaña renunció a ambos a cambio de una indemnización de 100.000 libras. Estas concesiones, que en 1713 parecían tan ventajosas (y constituyeron unas de las cláusulas del Tratado de Utrecht), se habían tornado prescindibles en 1748. Además, entonces ya parecía claro que la paz con España no duraría demasiado (se rompió de nuevo en 1761, al sumarse los españoles a la Guerra de los Siete Años en apoyo de los franceses), así que su pérdida no resultaba para nada catastrófica.
La derrota británica en América y en especial en Cartagena de Indias aseguró la preponderancia española en el Atlántico hasta finales del siglo XVIII, a pesar de las continuas rivalidades con Gran Bretaña y Francia. Si Vernon hubiese tenido un éxito rotundo en su campaña, los británicos podrían haber exigido la paz antes del estallido de la contienda austríaca y probablemente habrían reclamado la entrega de Florida, Cuba e incluso porciones de la costa de Nueva Granada. Esto habría convertido el Caribe español en un mar británico (como se pretendía) y a la larga, podría haber precipitado el expansionismo británico sobre México, al igual que la ocupación de Terranova durante la Guerra de Sucesión Española acabó conduciendo a la desaparición del Imperio colonial francés en Norteamérica medio siglo después. No cabe duda que, en este caso, la configuración del mapa político americano posterior hubiese sido muy diferente.

Percepción en Gran Bretaña

Sátira británica de 1740, en la que se puede leer la leyenda «Los españoles construyen castillos en el aire, los británicos le otorgan su importancia al comercio».
Hasta bien entrado entrado el siglo XIX, la valoración de la Guerra de la Oreja de Jenkins en Gran Bretaña estuvo basada en el estudio de panfletos, correspondencia, debates parlamentarios y artículos periodísticos realizados en la misma época de los combates o poco después, por lo que lógicamente eran cualquier cosa menos imparciales. Vernon, por ejemplo, ya comienza a defender sus acciones en su correspondencia mucho antes de regresar del Caribe. En esta empresa le apoyó fuertemente Charles Knowles, quien en su libro Account of the Expedition to Carthagena (publicado en 1743 tras dos años circulando como panfleto) no dudaba en atribuir toda la culpa del fracaso al general Wentworth.
En diciembre de 1743 se publicó una réplica a estas acusaciones bajo el título A Journal of the Expedition to Carthagena, actualmente atribuida al propio Wentworth en colaboración con un oficial bajo su mando, William Blakeney. Vernon respondió a su vez publicando parte de su correspondencia oficial, aunque sólo aquella que más le convenía. Para su fortuna, la opinión pública perdió el interés por la fracasada campaña de Nueva Granada bastante pronto, al centrarse sobre la nueva guerra desatada en Europa a causa de la sucesión austríaca. La caída en 1742 del gobierno del Primer Ministro Robert Walpole, que había sido enormemente crítico con la guerra y había tratado de abortarla sin éxito, se acabó interpretando como una prueba de que la vía militarista seguida por Vernon había sido la acertada. Gracias a esto, Edward Vernon pudo recuperar su deteriorada imagen pública hacia el final de sus días, siendo más recordado como el héroe de Portobelo que como el fracasado de Cartagena. Tras su fallecimiento en 1757 fue enterrado en la Abadía de Westminster junto a otros británicos ilustres.
Hasta comienzos del siglo XX no se realizó el primer estudio científico serio sobre el conflicto. Un británico, Sir Herbert Richmond, basándose exclusivamente en las evidencias y fuentes disponibles, publicó The Navy in the War of 1739–1748 entre 1907 y 1914, como parte de una colección de estudios sobre la Historia de la Marina. Aunque es cierto que Richmond dejó que su obra se viese influida por sus propios prejuicios acerca de la influencia civil sobre la Marina (el autor culpa sin reparos del fracaso al gabinete de Walpole, juzgándolo incompetente e indeciso), el texto se sigue considerando en la actualidad como una de las grandes obras de investigación de la literatura inglesa sobre la Royal Navy.
Nuevos trabajos, entre los que destaca el libro Amphibious warfare in the eighteenth century. The British Expedition to the West Indies, 1740–1742 de Richard Harding, suelen minusvalorar el texto de Richmond, en especial en lo que concierne a la figura de Edward Vernon. En una detallada reconstrucción de la expedición británica a las Indias Occidentales, Harding consigue reconstruir tanto un relato sin fisuras en los aspectos militares e históricos de la guerra, como demostrar la parte de culpa que tuvo Vernon en el fracaso británico.

Referencia wikipedia.

PERSONAJES DE LA NOVELA...


Antonio de Escaño (1752-1814)

De entre las personalidades que destacan en la historia del municipio de Cartagena es especialmente relevante la del almirante Antonio de Escaño, segundo oficial al mando de la armada española en la batalla de Trafalgar.
Antonio de Escaño y García Garro de Cáceres nació un 5 de noviembre de 1752, en una de las pequeñas calles peatonales que conectan en la ciudad de Cartagena la calle mayor con la calle del Aire, en una casa blasonada que aún hoy día se puede visitar.

Hijo de Martín de Escaño, capitán de infantería, que fuera regidor de Cartagena en 1736, y María Cristina Josefa García Garro de Cáceres, con abuelos de ascendencia gaditana y tradicionales vínculos con el ejército.
Su carrera en la marina comenzaría el 8 de julio de  1767, como guardiamarina del Departamento de Cádiz. En 1768 embarcaba en el navío El Terrible y en 1770 ya era alférez de la fragata. Sus grados fueron elevándose, en 1774 era alférez de navío, en 1782 capitán de fragata, en 1789 brigadier, en 1802 jefe de Escuadra y en 1805 teniente general.

La carrera militar de Escaño se desarrolló en dos ámbitos, por un lado en sus puestos de responsabilidad en tierra y por otro en sus facultades como marino y estratega en el mar.
En 1786 fue comisionado en Madrid para trabajar en la recopilación de las Ordenanzas de la Armada, junto a los oficiales Churruca y Mazarredo, elaborando también un Diccionario de Marina que le valdría su ingreso en la Academia de la Historia
En 1803 servía en la Comandancia de los tercios Navales del Norte, en 1808 se hacía cargo del ministerio de Marina y 1810 era nombrado Regente de España en Indias, puesto que sólo ocuparía hasta el mes de octubre, ya convocadas las Cortés de Cádiz, ciudad a la que sería trasladado, donde moriría en 1814 antes de poder consumar su traslado a su ciudad natal de Cartagena.

Como marino y oficial Escaño participó en alguno de los sucesos bélicos más relevantes de la historia de la armada española. En 1783 estuvo en la expedición contra Argel, en los conflictos de Brest,  Finisterre, de la Martinica;  en 1797 participó en la batalla contra la armada inglesa de Jervis, en el Cabo de San Vicente, donde pudo salvar al buque insignia de la armada, el Santísima Trinidad, siendo condecorado por ello con la encomienda de la orden de Santiago.
Pero sin duda su participación en la batalla de Trafalgar es la más relevante, dada su trascendencia. Siendo segundo jefe de la escuadra española, a las órdenes del almirante Gravina, sería el escogido para trasladar al jefe de la escuadra franco-española, general Villeneuve, la opinión española de romper el cerco de la escuadra inglesa saliendo de la bahía de Cádiz, sugerencia a la que el oficial francés se negaría.

Tras la conocida derrota infringida por la escuadra inglesa de Nelsón, de la que el almirante Escaño pudo salvar nueve buques que llegaron a fondear en Cádiz, fue el encargado de comunicar a Godoy, primer ministro de la regencia de Carlos IV, el desastre, ya que su superior, general Gravina, había sido gravemente herido. Gravina moriría días después y Escaño sería promovido a Teniente General, haciéndole entrega del bastón de mando de su anterior superior.
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VII
Juicio y liberación


Los días previstos para la reparación de nuestro barco se convirtieron
en semanas, y estas, a su vez, en dos soleados
meses. Todo pasaba con mucha, mucha tranquilidad. El tiempo parecía
haberse detenido en aquel vergel tropical.
Las labores en el dique transcurrían, contagiadas por la filosofía
de vida de los lugareños, lentas, aunque sin pausa. El capitán
se pasaba la mayor parte del día controlando la reparación de la
nave y todos los componentes de la tripulación ayudábamos en
las faenas.
Aunque las obras iban por buen camino, en realidad el trabajo
terminaba al mediodía, porque el calor del verano hacía imposible
continuar. Luego, a media tarde, después de la siesta, seguían con
los quehaceres durante dos horas más o menos… Sin duda, las
prisas no las inventó el señor para los nativos de Dominica. Pero,
a pesar de todo, ya quedaba poco para terminar los trabajos. Enarbolar
los travesaños a los palos, apostar las velas y aparejos y
poco más.
Incluso el capitán parecía haberse contagiado por la filosofía de
vida de aquellos nativos.

101

Dominica era una isla montañosa y arbolada, donde la actividad
volcánica había creado suelos muy fértiles, manantiales
de aguas termales, géiseres y hermosas playas de arena oscurecida.
Una bendición de la naturaleza. Era en esas horas, después de la
comida y mientras la mayoría de los nuestros y los nativos dormían
la siesta, cuando yo aprovechaba para conocer mejor la isla.
—Entre junio y septiembre son frecuentes los huracanes, que en
el mar se transforman en tormentas como la que sufristeis en el
barco. Pero los más devastadores son los tardíos, los de octubre.
Mi guía local, Victoria Mahaut, me contaba que su clima era
tropical, refrescado constantemente por los vientos alisios.
―La mayoría de la población es de origen africano. También
hay una pequeña comunidad de indios caribes en la costa oriental.
Nuestro comercio con las islas vecinas se basa en las bananas, el
cacao, la vainilla y la canela. Las mejores del mundo —apostilló
con orgullo.
—Si tú lo dices…
—Lo digo, lo digo. ¡Ah! ¡Y las bananas, plátanos, como tú los
llamas, son los más sabrosos del Caribe y del mundo!
Su sonrisa picarona delataba que le gustaba presumir de su tierra
ante «los europeos».
—¿Algo más que deba saber, «licenciadilla»?
—¡Sí!, además tenemos jade negro.
—¡Jade negro!, ¿no es una piedra preciosa?
—Sí. Por su pureza, el nuestro es único en el mundo. Únicamente
se encuentra aquí —su tono de voz, sin embargo, se volvió
triste.
—¡Vaya! ―exclamé.
—Bueno, su valor ahora es superior al oro. Idéntico al rubí y a
la esmeralda verde. Pero la realidad es que la riqueza se va a Europa.
Guardó unos segundos antes de contestarme y con la mirada
fija en mis ojos me explicó:
—Los repugnantes terratenientes locales lo venden a los banqueros
y joyeros holandeses. Y los dominicos lo consienten porque
a cambio reciben tesoros, les construyen iglesias y obtienen exclusivos
tratados de comercio.
102

Al observarme la cara de asombro me argumentó:
—Juan, tú me cuentas que en tu país poseéis uno de los mayores
tesoros culturales del mundo.
—Así es. El s…
—El Siglo de Oro. Os dejó un legado cultural de incalculable
valor. ¡Esa es la verdadera riqueza de un pueblo! No sus ejércitos
o su oro. Yo creo que los escritores, los pintores, los artistas, incluso
los científicos han sido creados por Dios pera ser disfrutados
por todos. Sin embargo, las clases pudientes, con la jerarquía de la
iglesia a la cabeza, censuran lo que a ellos no les gusta, molesta o
simplemente no comprenden.
―Tienes razón, Victoria.
―La cultura es un arma poderosa y la conciencia del espíritu
está en los libros.
Aquella frase aún me viene a la memoria incontables veces.
—Desgraciadamente…, siempre ha sido así, niños —nos interrumpió
don Máximo, acercándose por detrás de nosotros.
—En el fondo es la lucha del bien y el mal, de la razón y la explicación
contra la irreflexión y el silencio. ¿De qué hablabais?
—Victoria me explicaba apasionadamente la situación por la que
atraviesa su pueblo —contesté mirándola con el rabillo del ojo.
—Al mismo tiempo… ¡Los dominicos de la isla tienen la culpa
de que os recibieran así!
―¿Los dominicos, dices? ―profirió don Máximo dando un
brinco desde la roca. Un poco más allá y cae por el precipicio.
—Sin duda. Vinieron hace unos años y sustituyeron a los padres
franciscanos. Abolieron muchas de nuestras fiestas y costumbres.
Se hicieron cargo, por orden del gobernador, de la enseñanza.
Y la religión empezó a dominar la vida cotidiana de la isla. A los
franciscanos les impidieron también dar misa fuera de su monasterio.
Su tono de voz denotaba un cierto aire de resentimiento. Seguramente
por eso nos recibieron tan distantes y fríos cuando llegamos
a la isla.
—Van a celebrar un juicio moral o algo parecido.
―¿Juicio moral, has dicho? ¿A quién, niña mía, a quién? ¡Dímelo!
—imploró don Máximo...

103
(espero que os guste y gracias por parar a leer mis humildes letras...)